lunes, 31 de enero de 2011

” Dejarse ayudar es la clave“


Muchas veces en la vida pasamos por momentos difíciles de sobrellevar, nos perdemos y creemos que nunca encontraremos de nuevo el rumbo, los sentimientos se mezclan con lo que se debería hacer o no y es ahí donde comienza el conflicto. El pensar que solos podemos arreglar todo es una forma de aislarse pero si en cambio buscamos una mano amiga sabremos que siempre hay alguien dispuesto a escucharnos y ayudarnos en esos momentos difíciles…


DEJARSE AYUDAR

Saber aceptar que nos señalen nuestros errores, así como la ayuda afectuosa que necesitamos en ocasiones, es también volverse más sabios.

A todos nos gusta tener a alguien de confianza cerca, cuando surgen los problemas. Pero si nos equivocamos en nuestros actos y esa misma persona en quien confiamos intenta hacérnoslo ver, o nos señala algo de nosotros que le disgusta, es más difícil de aceptar. La crítica, aunque venga de alguien querido y en quien se confía, siempre se hace dura y provoca el enfado con facilidad. Cuesta darse cuenta de que es otro tipo de ayuda.


Falsa seguridad


Se suele decir que quien pide siempre consejos para actuar es una persona débil de carácter o con poca personalidad; sin embargo, pedir consejo u opinión a alguien de confianza no significa hacerle caso siempre, uno elige finalmente.
Por el contrario, hay quien nunca acepta que su entorno le señale sus errores recurrentes, como no acepta que se le quiera echar una mano cuando se le ve necesitado, encerrándose en el orgullo sobredimensionado de su ego, y prefiriendo rumiar en soledad los problemas personales o relacionales.


Este tipo de personas, creyendo que deben aparentar siempre una intensa seguridad en sí mismas, suelen sufrir tanto o más que el indeciso. Esta actitud les hace creer que cualquier amigo o familiar les critica cuando simplemente les muestran su disgusto por algún detalle. Creen que no son aceptadas porque se les reprocha algún rasgo de personalidad. Se sienten inferiores o rechazadas porque alguien en confianza les dice que actúan mal y, desde luego, se sienten en el deber de fingir fortaleza y nunca desánimo, en cualquier circunstancia.

Encerrados en el Superego



Pedir ayuda, decir lo que nos angustia o reconocer nuestros errores frente a los que amamos o en quienes confiamos no es signo de debilidad. Por el contrario, es muy valiente aceptar nuestras imperfecciones o recurrir a alguien en busca de auxilio.


Según Freud, el superego es aquella imagen ideal que tenemos de nosotros mismos y que utilizamos para modelar nuestras normas y valores, y controlar nuestros instintos. Pero si se convierte en lo que nos domina, el superego nos espolea a que seamos siempre perfectos, creando una ansiedad interiorizada que nos obliga a no demostrar jamás nuestra parte más vulnerable o vulnerada.

El superego necesita sentirse perfecto para no sentirse culpable. Por eso hay personas que niegan haber hecho mal, aunque sean conscientes de ello, o se resisten a reconocer que están pasando por malos momentos y, menos aun asumen las críticas de su personalidad como algo constructivo.


Para el superego, esas críticas u opiniones negativas son ataques, agresiones a su perfecto disfraz, que no admite como tal. Percibe los avisos de que se está errando en la actitud o los hechos como un intento de manipulación exterior.

En realidad, esa disfunción del superego acaba creando una especie de coraza en el sujeto, que se siente siempre presionado para demostrar que nada le intimida o agrede, que no necesita de los demás; cuando, en verdad, poco a poco se va sintiendo inferior y tiende a la soledad.

Aceptar ayuda, aceptar amor


"Dejarse ayudar es un buen antídoto para la omnipotencia o la necedad. Que sepamos ayudar a quien lo necesite, sin perdernos en el otro, sin que nadie cambie lo que no está dispuesto a cambiar”. Luis Padrón.

Tan difícil es pedir o aceptar ayuda, en un principio, como saber darla. Lo útil en el primer caso es asumir que no se trata de rebajarnos, ni de ponernos en evidencia ante alguien en quien confiamos. Si somos queridos, la persona nos comprenderá y querrá ayudarnos.
Lo mismo sucede si alguien de esas características nos hace un reproche; no pretende ofendernos, sino hacernos rectificar.

En su obra, “Superego”, Alejandro Álvarez, director de la revista digital Foro Esencia y articulista, dice: “Hay que hacer trabajar al super yo a favor de nuestros propósitos, para que en vez de frontera o corsé, sea la catapulta que potencie nuestro yo en pos del libre ejercicio de nuestra voluntad.”

Dejarse ayudar, aceptar nuestros defectos sin considerarlos más que algo a superar, no es sinónimo más que de crecimiento personal, y no de dependencia de los demás. En última instancia, el corazón, mejor que la cabeza, nos indicará quién quiere nuestro bien.



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